En mi última entrada, hablaba de la belleza de lo incómodo, hoy me permito profundizar junto a dos de mis lecturas del 2023, Lolita y La Perra, de Nabokov y Pilar, respectivamente. Unidas por lo que me hicieron sentir (o mejor dicho, incomodar) y las conversaciones que surgieron a la par. Porque, como ya lo he dicho en más de una ocasión, al leer un libro no solo influye la historia en sí, sino quienes somos (y fuimos antes) al leerla.
Polos opuestos en cuanto a estilo de escritura, tiempo de publicación, tema y perspectiva como escritores. Y, sin embargo, al pensar como las reseñaría, se unieron en mi interior como dos piezas de un mismo rompecabezas. Debido a que una contrasta a la otra desde su opuesto, pero a su vez saca a la luz temas valiosos, reales y profundos, que valen cada línea.
“La única inmortalidad que tú y yo, podemos compartir”
Como declaración de su pieza, Nabokov, nos deja caer esta frase que llega a recoger la esencia como tal de la literatura. Como lectores y autores, compartimos historias, sentires, inspiración, miedos y dolores entre páginas. Construyendo un intangible compartido, atemporal, que nos da pertenencia, punto de encuentro, dentro y fuera de las obras.
Claro que, no todas las historias son cuentos de hadas y a veces la inmortalidad compartida, solo es un testimonio doloroso y cruel que retrata las realidades (aún presentes) de nuestra sociedad.
Lo que me lleva a Lolita, su historia y todo el movimiento generado luego de su publicación.
¿Se puede amar y repudiar una historia a la vez?
Navegar por descripciones tan bien escritas es maravilloso. Nabokov y su manera tan sublime de narrar y jugar con las palabras por momentos hace que olvides el tema de fondo. El cual, cuando recuerdas de golpe, te sacude a tal punto de revolverte el estómago.
Lolita, no es un libro para cualquiera y, sin embargo, debería ser un tema que todos tendríamos que conversar sin tabú, así sea con el único fin de evitar o reducir las “lolitas” del mundo.
Por otro lado, para los escritores debería ser obligatorio, porque las descripciones y metáforas usadas, son por sí solas una fuente de aprendizaje.
Aunque, estas no carecen de interrupción constante por el subconsciente. Sobre todo cuando empiezas a transitar la evolución de los personajes y su relación. Porque te das cuenta de quién te está narrando y de lo que está haciendo, como un aprovechamiento y uso de su superioridad y autoridad en contra de la inmadurez de una niña.
Dejándote claro que el vínculo establecido sucede desde el secreto y la culpa. Manipulando a la víctima, dejándola perdida ante un futuro incierto y llenándola de miedo para evitar que siquiera considere decir la verdad o ver otra vida posible.
Es aquí, donde el arte se convierte en mesa de debate
Acostumbrados a una sociedad donde la víctima es enjuiciada, tiene que justificarse y/o esconderse por años y negar traumas. Resulta más sencillo obviar la responsabilidad (social) que tenemos con respecto a los monstruos que ayudamos a crear.
Paisajes enteros dentro de mentes trastornadas, ocultos, como si nunca hubiesen sido. Callados hasta que estallan, presos del silencio, moldean comportamientos hasta convertir a la víctima en victimario.
Y es aquí, donde a mi parecer, el arte no solo tiene una oportunidad, sino una responsabilidad. De exponer lo incómodo, aquello de lo que no se habla, pero se vive, presentar realidades que invitan a conversar y profundizar ante la naturaleza del ser humano y lo que somos como colectivo.
Tal cual como landscapers (serie de HBO), tal cual como Lolita, tal cual como todas las historias que se atreven a incomodar en esencia hasta hacer despertar.
Nadie nace malo y, sin embargo…
Los seres humanos somos muy complejos y sin importar en lo que creamos, es imposible negar la influencia de la ascendencia. Así como la genética, cultura, crianza, traumas y vivencias en el desarrollo de nuestro carácter, personalidad y vida en sí.
Historias como Landscapers (los paisajistas), Inside Man (de Netflix), Lolita y La Perra, dejan testimonio de esto. Además de ofrecer el arte como canal, para conversar alrededor y ampliar el entendimiento.
Me permito su referencia, pues me encontré con estas producciones (o ellas me encontraron a mí), a la par de estas lecturas. Sin prever, eran dos piezas más que encajaban en este rompecabezas.
De manera magistral, con diálogos, cambios de toma y una calidad actoral. Las series mencionadas reflejan mentes aturdidas por pasados difíciles que a su vez despiertan una genialidad fuera de lugar. Producto de sus acciones, los protagonistas de ambas series cargan con la culpa, el silencio y una necesidad de darle sentido a su existencia y naturaleza.
Pero, a ver… aunque son consecuencia, al igual que Humbert y Lolita o Dámaris y su perra, no escapan de su responsabilidad.
Es cierto, uno hace lo que puede con lo que tiene y no puedes dar al mundo algo que no eres. Sin embargo, hay una línea delgada entre seguir actuando desde la herida (lo que me hicieron, el dolor, el trauma) y hacernos cargo de nosotros y en quienes nos convertimos.
Reflexión directa que me lleva al libro de Pilar Quintana y su personaje herido.
En lo real, está los matices de nuestra humanidad
Como seres imperfectos, somos cambiantes y aunque estamos atados a nuestros instintos naturales; a su vez somos capaces de elevar nuestro grado de conciencia hasta la iluminación.
Claro que a nadie le gusta asumir sus defectos, sus partes negativas, su “grado de maldad”, ni el deterioro causado por los años siendo víctimas del entorno. Sin embargo, es hasta que nos vemos con las manos manchadas que resulta imposible escapar de nuestra verdad.
Verdad que es versionada y expuesta por quien se atreve. Desde las más intrincadas metáforas hasta la denominada literatura sencilla, el arte expone el abanico de realidades (pasadas y presentes) como algo más complejo que solo hechos.
Tal cual como en La perra, un libro muy bien escrito bajo una visión Latinoamericana. Capaz de narrar de forma directa y realista la vida de una mujer herida que busca salvarse de su misma historia. A través de la relación con su recién adoptada mascota.
Lo necesario de la literatura incómoda...
Lo más destacado es la incomodidad que nos trae a los lectores, por el trato de la protagonista, apoyado en el estilo narrativo y los hechos. Los cuales, aunque no presentan maquillajes, ni adornos, siguen impregnados de un carácter literario lleno de verdad, la verdad de su autora.
Haciéndote reflexionar más allá de lo superficial. Pues para mí, habla del amor, de los vínculos creados por patrones y los conceptos propios y moldeados por cultura, estratos y educación.
La perra es una historia que toca puntos de dolor propios y compartidos, que me exigió despegarme solo lo justo para no moldear mi opinión ante ella, desde lo que me hizo sentir su final y lo que realmente fue la obra completa. Así puedo ver y apreciar la evolución y enfoque de la autora ante el comportamiento de su protagonista, sin caer en gustos personales.
Lo que me lleva a reafirmar lo necesario de la literatura incómoda y el cine que revuelve (con sentido claro).
Porque aunque sabemos que uno de los objetivos del arte es incomodar. También sabemos que no siempre es aceptado y respetado, por la misma razón. Y es allí donde la urgencia de divulgar el impacto de la cultura, se hace tangible.
Esta parte de exponer situaciones, problemas, dolores y vivencias reales, acaben o no, en finales felices. Porque la verdad es, que una obra bien escrita resalta las transformaciones y mensajes. A tal punto de hacerle justicia al origen, el viaje y todos los cambios de ruta para poder llegar allí, tanto del autor, como el lector.
Dotándonos de nuevos elementos para versionar (a mejor) el paisaje que se crea dentro de nosotros como seres humanos, ¿no crees?.